Un vientre de alquiler de excesos

Un vientre de alquiler de excesos

Un vientre de alquiler de excesos

Il·lustració: Toni Salvà.

Ahora que me había aplicado a aprender el significado de la arquitectura de las cejas tras un curso intensivo con distancia social y a solas con mi no siempre fiel pantalla, van y vuelven a destaparnos el rostro. Me encuentro de nuevo con esas bocas de sonrisas esmaltadas, o de dientes carcomidos, y también a los que desafíando la edad se colocan piezas llamadas brackets para poner orden en el morder y belleza para gustar. 

Si algo es la arquitectura es concrección en el plano del espacio tridimensional para dar forma a los hábitats y a las ciudades. Solo que el siglo XX y el muy enfático XXI hace de las etimologías un auténtico galimatías. Ya me dirán, ¡arquitectura de las cejas! Ahora mismo, la palabra libertad ha dado alas y votos permitiéndoles gobernar a los más abyectos para que monten un chiringuito de la lengua española a un actor de tres al cuarto. Para un roto y un descosido. A más de 70.000 euracos al año. Toma ya libertad.

Libertad, la estoy escuchando demasiado en los últimos tiempos y me estoy empezando a mosquear. Se me están poniendo las cejas como capiteles corintios al ver las imágenes estos días de poco más de un centenar de jóvenes que han vivido su Gran Hermano, “secuestrados”, dicen ellos, porque se han puesto por montera la educación a ritmo de reggaetón, en un concierto que las autoridades permitieron y en el que se saltaron todas las normas de seguridad ante un virus, señores, que no se ha marchado. No solo sigue ahí sino que anda cambiándose de nacionalidad en sus cepas matariles. 

No querían un viaje de fin de curso de aventura pues si no les bastaba con esos conciertos autorizados o esos botellones o las disco clandestinas montadas en garajes y otros zulos sin garantías de seguridad, ahora han tenido fin de fiesta con el foco mediático disparado. La sociedad del espectáculo cría cuervos que viajan a Mallorca por cuatro duros, se pasan por el arco de mis cejas la responsabilidad social, ¡y ezo qué é! y desparraman el virus, una Covid que ha matado a millones de personas.

Atentos a los movimientos en el balbuceante julio. Mientras salen por la puerta del hotel algunos de los jovenzuelos, con la boca llena de esa libertad grandilocuente que me enarca las cejas hasta convertirlas en campanarios góticos, gracias a la indulgencia de la fiscalía de Balears que en desacuerdo con el gobierno autonómico les ha devuelto a casa porque entiende que es ilegal tenerlos confinados tras el contagio masivo, por la otra puerta han entrado los miles de turistas británicos con PCR negativa y más garantías. No me cabe duda que muchos de ellos eligen esta isla por idéntico motivo que esos estudiantes de la península: desmadrarse hasta caer rendidos. 

No nos engañemos, seguimos siendo el destino preferido de ese turismo de borrachera. Y no pongan boquita de piñón, presidenta y consellers, ahora que les puedo ver la cara, su mirada no engaña. Mallorca es el vientre de alquiler de un turismo de excesos.

Ha tenido que ser una profesora de uno de esos institutos en los que estudiaron algunos de los jóvenes confinados la que ha puesto el dedo en la llaga: “Hemos vuelto a fracasar por culpa del individualismo, del egoísmo y de un egocentrismo mal gestionado”.

Lamento estar de capa caída, mis cejas dibujan un arco apuntado que no es de asombro sino de una infinita tristeza, porque no, no mejoramos. El virus nos ha hecho peores. Siento decirlo. 

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