Un Réquiem a la vida

Un Réquiem a la vida

Un Réquiem por la vida

Il·lustració: Toni Salvà.

Monteiro Rossi es un joven filósofo que ha escrito su tesis sobre la muerte. Este personaje de Sostiene Pereira de Antonio Tabucchi despierta la curiosidad del protagonista de la novela, el periodista gordo, de corazón delicado y tensión alta, al que le gustan las necrológicas. Es el pluma del último suspiro. Encargado de la sección cultural de un periódico mediocre de Lisboa, se le ocurre fichar al joven filósofo. En su primer encuentro, le pregunta a Monteiro si le interesa la muerte. Así responde: “Pero ¿qué dice, señor Pereira?; a mí me interesa la vida”.

Llevo semanas perdiendo amigos, personas que aprecié, de las que aprendí, con las que brindé por la vida. Llevo siete días queriendo escribir una modesta ceremonia del adiós, entonar un réquiem de distancias cortas, en sordina, lejos del sonido estereofónico. Hoy los que creen van a celebrar este Viernes de Pasión sin redobles de trompeta ni olor a incienso ni los pasos penitentes, yo lo quiero dedicar a llenar las ausencias con su recuerdo. Me apoyo, de entrada, en Simone de Beauvoir, quien en su Ceremonia del adiós, dedicada a Jean Paul Sartre, escribió: “Su muerte nos separa; mi muerte no nos unirá. Ya es hermoso que nuestras vidas hayan podido estar de acuerdo durante tanto tiempo”.
Desde la laicidad, desde la plena consciencia de que esto se acababa, se fue Carlos Colomo, escultor, militante de la democracia plena, conversador locuaz, amigo y tantas cosas más. Le conocí gracias a Teresa Ordinas, le conocí tras la muerte de Avelino Hernández. La muerte de algunas personas genera vida. Es el caso de ambos.
Supe de su enfermedad mortal cuando ya era tarde. Con la sorpresa de la noticia, del desgarro de ese golpe seco, me fui enterando de algunos detalles de Carlos como un irse en la intimidad de los suyos, Feli, “mi conjurada, mi sparring y mi cómplice a la vez. Mi compañera libre”, sus hijos Nora y Joan, que “han crecido hermosos porque han vivido libres, porque en casa el binomio libertad-responsabilidad era la ley que no era preciso escribir”; sin ceremoniales, no oficios de credo alguno, solo la plena consciencia de que lo que importa es el vivir, el cómo se vive, que tantas veces le escuchó a su amigo Avelino. Para todos y a todos dejó escrito Siempre llega la primavera, del que brotan esas frases sobre Feli y los hijos que he transcrito. El escrito es el agradecimiento a quienes compartieron esa “vida tan rica y generosa que he podido disfrutar”, en el que hila a los imprescindibles compañeros de viaje. Lo escribió en el hospital de Granollers, el 17 de enero. Murió un mes después.
No quiso funerales ni flores, y las que llegaron quiso que fueran repartidas entre Feli, Nora, Teresa y algunas personas más. Porque decía que las flores no son para los muertos sino para los vivos.

Una llamada telefónica y un escueto “Lourdes, Txema se ha ido”. Era Vicky Carrasco quien fue heraldo de la esperada pero triste noticia. Llevaba un tiempo largo de enfermedad, con altibajos hasta que se acabó. Algunos de sus mejores amigos le organizaron un picnic en el hospital una semana antes de su fallecimiento. Lo disfrutó porque, a trancas y a barrancas, Txema González fue otro gozador de la vida. Le conocí como periodista, uno de los buenos que hubo en esta tierra. Fue el motor de Zona Cultural, aquel suplemento de hojas naranjas, que supuso aire fresco a la tanta veces apolillada manera de contar las cosas de la cultura en la prensa escrita. No puedo olvidar que bajo su semblante cincelado de hombre serio, burbujeaba un irreverente cómico. Con los años compartimos cuadrilla de a ratos, la Cuchipanza la llamamos, él era Guadiana, iba y venía. Txema siempre fue así, o al menos a mí me lo pareció, escurridizo y tímido. Esto último lo disimulaba muy bien. A carcajada limpia. El último whatsapp que recibí de él, el 29 de marzo de 2020, me decía que estaba “bien, con síndrome enjaulado y clonándome a Don Limpio. ¿Y vos?”. En octubre le escribí pero no tuve respuesta. Vicky me iba informando hasta la mañana del 20 de marzo. Un año más tarde, Txema voló de la jaula. Eso sí, la dejó limpia.

No sé cómo escribiría Pereira las necrológicas de ambos, pero estoy convencida de que Monteiro acertaría a cantar su vida. Brindo por ello.

P.S. Escribo y sumo a mi Réquiem a la vida a Cata García, la médica con la sonrisa más hermosa que me enseñó algunos movimientos de tai chi pero a la que prefiero recordar bailando como solo se bailaba a finales de los 70. ¡A tope!

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