Plaza de Santa Eulalia

Foto: Daniel Martínez Bauzá.

 

Plaza de Santa Eulalia

Trenzan las campanadas su corteza

hacia un nido en milagro de infinitos. 

 

Eclosionan las nubes

e invaden con su chispa la cetrina

plaza de Santa Eulàlia.

 

Breves aves traslúcidas

despliegan su extensión, caen en picado.

La zozobra metálica

da un tiempo a la paciencia y un sentido, 

unifica su especie: solo un pájaro 

vuela sobre nosotros ahora mismo.

 

De tan húmedo pico se condensa, 

tan liviano y sensible como un trueno, 

y machaca el mortero de la noche

con la delicadeza del amor. 

Todo aquel que lo advierte

decolora su ser, impelido por el eco,

y así se purifica. 

Qué grata vecindad

con el ave nocturna y salvadora

que ya reconocieron los antiguos.

 

 

No se esfume del mundo su plumaje, 

no cesen las campanas de tañer, 

no vuelva a oscurecernos el espino,

la piedra, la raíz del sufrimiento, su cruz, 

tras tanta sangre, tanta vida sacrificada

innecesariamente, pero afín 

hacia esta incomprensible sensación 

tan próxima a los cielos.

 

Que el ave vuele libre y nos libere

mientras aún acertemos a escuchar, 

terriblemente vivo y miserable, 

lo que será invisible

si mezclamos destino con origen,

si aún le recordamos

su cáscara de nube putrefacta

a tan bella criatura

ajena a todo crimen.

 

Al fin está sonando la última campanada. 

Como cualquiera ahora en esta plaza,

miro al cielo, me despido del mal.

 
Daniel Martínez Bauzá

Deixa un comentari

L'adreça electrònica no es publicarà. Els camps necessaris estan marcats amb *