Cuento de Navidad

Cuento de Navidad

Cuento de Navidad

Il·lustració: Toni Salvà.

Antonio se ha levantado especialmente irónico. Se ha colocado la raya arisca del pelo ciento veinte veces, contadas de una en una, mientras en la radio sonaban en tropel villancicos y cifras. Hoy alcanzamos los quinientos contagios. Un niño de san Ildefonso canta Gordos, segundos, terceros, cuartos premios. A él le basta con una pedrea. El pavo descuartizado se vende sobre bandejas de porexpán en la tienda del paqui de la esquina. Ese mechón maldito vuelve a caerse sobre el ojo izquierdo. Así no puedo salir a la calle. 

Todos la odian aunque no puedan concebirse sin ella. Aparentan cuidarla, la visten de color dorado y rojo o se apañan con un manto blanco surcado de pisadas de animales grandes que  acabará en sus platos. ¡Qué asco de fiestas!, piensa ese cincuentón que si se cuidara no estaría mal del todo.

Miguel lleva un lustro sin curro. Ya se ha acostumbrado. Tiene rentas de la casa de la tía abuela que aún no entiende porqué le dejó en herencia. Si nunca la quiso, ni siquiera la fue a ver a la residencia. ¡NOOO! Ancianos, residencias, sus miradas a la pared de enfrente, a la nada, a las motas de polvo, esas que flotan en el aire, mansas como el humor ciega tus ojos que le cantó a la última novia que tuvo antes de que cayera rendida en sus brazos. Hoy se ha levantado especialmente irónico. Piensa en su hermano gemelo. Le recuerda domesticando un flequillo penitencia que él cortó por lo sano rapándose al cero. El tonto de su hermano Antonio se quedó sin la herencia de la tía a pesar de esmerarse yendo las tardes de los sábados a aquella residencia decrépita que costaba un pastón. 

Me voy a la calle que es Navidad y quiero hacerme con la última vídeo consola. Nos van a confinar, lo tengo claro, y no quiero darle al coco que en estas fechas me pongo tonto. 

Estamos en alerta 4, el virus avanza como uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis y no da tregua. No hay alegría en la calle. Son muchos los comercios que han chapado. Se los ha llevado la pandemia. Un hombre de mediana edad va dando saltitos. No quiere tropezarse ni rozar siquiera a papás y mamás buscando regalos, ni mucho menos a esos adolescentes descentrados que hablan con tics nerviosos, mascarilla arriba mascarilla abajo. ¡Tápate ya, carajo!, le silba Antonio a un calvorota que va como quien pierde el tren o llega tarde a su primer trabajo. Se le ha caído el mechón sobre el ojo izquierdo. Por culpa de ese maldito calvo. Y con el ojo derecho apenas ve.

Una figura borrosa surge. Empieza a resultarle familiar. No sabe si ríe o llora  porque sin boca la expresión te engaña. Se aparta el mechón y ahora sí. Es él, su gemelo Miguel quien se alza la mascarilla dejando ver esa sonrisa que cada mañana Antonio borra cuando se mira frente al espejo. Gemelos y opuestos.

En una milésima de segundo ha recordado al padre que les contaba, dejándolos atónitos, que eran partículas entrelazadas, que estuvieran donde estuvieran, siempre estarían conectados. Irremediablemente juntos. ¡Mentira! Sus vidas son la antítesis de un entrelazamiento que transcurrirá en el espacio invisible pero en la maldita realidad, los gemelos Antonio y Miguel son como el aceite y el agua. O es la vida y sus caprichos la que los ha colocado en órbitas distanciadas. 

El trasiego navideño de los enmascarados no cesa ante aquellos dos que un día fueron idénticos y hoy solo enmascarados se parecen. 

-Miedo me da tu mirada, hermano.

-Risa me da la tuya, hermano. ¿Cómo lo llevas?

-Como tú, pero sin herencia.

-A la vieja le iba la marcha, y tú nunca lo entendiste. Iba poco pero la hacía reír. Eso me ha hecho dueño de sus pertenencias.

-Nunca me hiciste gracia. Apártate de mi camino que voy a por el pavo.

-¡Qué tradicional! Come conmigo y te invito a jugar con mi nueva play. Estamos en Navidad. ¿Qué te cuesta?

-No estamos en Navidad. Estamos en una ficción que los que son como tú creen real. Serás rico pero estás ciego. Yo veo con mi ojo izquierdo lo que tú no ves con tus dos ojos. ¿Sabes qué veo?

-(Silencio roto por una carcajada de miedo)

-Veo a dos hermanos gemelos muy distintos que lloran en silencio y que ahora, en este preciso instante, se mueren por darse un abrazo.

-¡No puedo, tengo Covid!

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