Una moribunda ballena estrena la temporada

Una moribunda ballena estrena la temporada

Una moribunda ballena estrena la temporada

Il·lustració: Toni Salvà

Una ballena gris de ocho metros agoniza en las aguas de la bahía de una isla del Mediterráneo que vuelve a encender los motores de la industria que alimenta a sus habitantes. El mismo día que la cría de esa especie procedente del Pacífico muestra su delgadez tras meses de navegar por mares que no le son propios sin hallar el alimento que precisa, desde el foro de la industria turística presidentes, consejeros, delegados, la clase política en pleno, baten palmas porque ven la luz al final del túnel. Se oye el eco de quienes recuerdan que esta pandemia no ha acabado. Yo escucho en mi corazón los últimos suspiros de la ballena.

En las cornisas de los hoteles cuelga el SOS de un sector que, erigido como única industria de este archipiélago balear, se ha visto herido de muerte durante la pandemia dejando al raso a miles de personas que ahora muestran una tenue esperanza ante la llegada de los turistas. Europa abre el grifo al aprobar un certificado COVID en el que se garantice que el portador esté vacunado, si ha padecido el coronavirus y también los resultados de los PCR. 

Se persigue un entrelazamiento entre la seguridad sanitaria y el bienestar económico que se ha roto en aras de la primera durante más de un año y que ahora busca equilibrarse con la apertura de hoteles, restaurantes, aumento de los vuelos, la llegada de los cruceros y esa oportuna inauguración de la autopista de Llucmajor a Campos que permitirá a los miles de coches de alquiler trasladar a los turistas para que echen sus carnes blanquecinas al sol de las mejores playas de la isla. Ya conocemos demasiado bien el escenario. Mi olfato empieza a olisquear las cremas de sol. 

No debe ser fácil conciliar turismo y cuidado del ecosistema pero hay algo claro y es que si no frenamos el crecimiento de esta industria turística cuyo modelo propicia, no lo duden, la actual pandemia que nos está sacudiendo, si no logramos incentivar alternativas que procuren y garanticen trabajo y salario dignos, un reparto justo de la riqueza y de los beneficios que salvaguarden lo que aún queda y frene esta feroz sangría del Planeta, estamos abocados a la extinción.

Una vez Jonás, un temeroso personaje, encontró la salvación en el interior de la ballena. En las escrituras antiguas, Leviatán, un animal maldito, tomaba la forma del mamífero más grande de la Tierra. Quizá sea oportuno recordar que si la etimología griega, romana y sajona de la palabra turismo significa dar vueltas, girar, volver al punto de partida, no está de más ser turistas etimológicos y dar una vuelta de tuerca a nuestra manera de viajar. 

Las ballenas navegan millas en su Gran Tour por aguas del Pacífico en un ciclo vital que no agrede pero en los últimos cuatro años la población de ballenas grises en Baja California ha disminuido sin que se sepa la causa. Se apuntan desde los desequilibrios que han calentado las aguas del Glaciar Ártico que merma la comida de las rorcuales a que sean las propias ballenas que estén corrigiendo su exceso de población y provoquen un autodecrecimiento.  Una cría de esas ballenas se ha perdido y ha venido a morir al Mediterráneo en pleno inicio de la ‘recuperada’ temporada. Ni en un cuento de Ray Bradbury, ¡vaya!

Miró al cielo y vuelvo a ver más aviones, en los que ansiamos metenos a bajo precio para alimentar la “industria de la felicidad”, que denominó el economista Antón Costas, o para creernos “más libres” en el disfrute de un ocio en el que damos vueltas embobados mientras se derrite nuestro helado a la vista de la Catedral. En unas décadas más, si no echamos el freno, no será el helado sino la bellísima arquitectura la que se surmergerá en el mar. Y no habrá ballena que la salve.

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