Roberto Ferrucci y Venecia como nunca antes había sido escrita

Roberto Ferrucci y Venecia como nunca antes había sido escrita

José Carlos Llop
Escritor

Buenas tardes,

Pertenezco a una generación una de cuyas enseñanzas fue el poema de Cavafis titulado La ciudad. Con él nos educamos en el destino o la maldición, según se vea, de que jamás puede uno, vaya donde vaya, escapar de su ciudad natal. ‘No hallarás otra tierra ni otro mar; la ciudad irá en ti siempre’, decían sus versos. Otras traducciones dicen te perseguirá o te acompañará siempre o irá en pos de ti, según la verbosidad del traductor. A mí me gusta más esa interiorización de ‘irá siempre en ti’ aunque suene peor.

Pero da la impresión de que lo que contienen los versos cavafianos, existía cuando las ciudades, aunque mutaran, seguían conservando su viejo espíritu; no sé si ahora –con el edulcoramiento de las piedras y el encarecimiento de las calles– ese viejo espíritu permanece, o se ha convertido en un activo más de la gran Bolsa Universal. De este modo el poema de Cavafis también ha mutado: lo que era el espíritu está oculto ahora por las franquicias, la decoración urbana, la moda y el turismo: efectivamente, vayas a donde vayas no puedes escapar de tu ciudad porque todas quieren ser la misma ciudad; todas se miran y todas se copian y plagian. Por tanto el poema de Cavafis ha mutado y su esencia ha desaparecido. A nadie le preocupan ya esos versos porque para el turista todas las ciudades se confunden. Aunque tampoco sé si todo esto importa ya de verdad a nadie. A nadie que no esté aquí esta tarde, por ejemplo.

Volvamos atrás; volvamos a la literatura ya que es con un escritor del que se va a hablar esta noche de ciudades. O de la ciudad que todo el mundo considera un poco suya, Venecia, metáfora y metonimia de la belleza, ese anzuelo mortal; metáfora y metonimia del comercio; metáfora y metonimia del dominio del viejo mundo, es decir, del mundo mediterráneo.

La ciudad es la segunda piel del escritor, dice Walter Benjamin, el gran paseante urbano del siglo XX. Yo creo que se equivoca, que es la casa –tan imbricada en la ciudad, tan civilizatoria– la segunda piel del escritor pero la ciudad sin duda también lo es y tan importante como la primera y la segunda. Al escritor le gustan las pieles, la piel es el órgano mayor del cuerpo y no hay nada tan profundo, decía Paul Valéry, como la piel. Para Thomas Bernhard es una enfermedad mortal y al leerlo creí que decía moral. Lo encontré más apropiado. La ciudad es una de nuestras primeras enfermedades morales: piensen otra vez en el poema de Cavafis. O en Lawrence Durrell y su Cuarteto de Alejandría, donde retrata una ciudad a través de su atmósfera y personajes. O en Julien Gracq y su fascinante La forma de una ciudad, en el que retratando Nantes nos retrata a todos los ciudadanos de Europa. (Es muy curioso como aquellos escritores que no salen de su ciudad –normalmente de provincias– y escriben una y otra vez sobre ella, no sólo la universalizan, sino que la convierten en un espejo donde todos los ciudadanos del mundo pueden reconocerse).

En fin, no me gusta citar tanto y sin embargo llevo unas cuantas citas. ¿Por qué? Primero porque los escritores miramos como nadie –por si no ha quedado claro– las ciudades. Somos sus primeros exploradores y sabemos verlas antes que nadie y contarlas como nadie, también. Somos su memoria; somos incluso, su invención. Sabemos que es el escenario de nuestra vida porque es el escenario de nuestro arte. Hablo de los escritores del XIX hacia aquí, de los inventores la novela burguesa, de la novela que se desarrolla y alcanza su máximo esplendor en la ciudad y que tiene en la ciudad no sólo el un escenario, sino un personaje principal. A veces, el mayor de todos, aquél sin el cual el relato no se sostiene, se tambalea y cae: desaparece.

Y aquí aparece Roberto Ferrucci, nacido en el Véneto en 1960, autor un blog titulado Il Taccuino, cuatro novelas y varios ensayos y libros entre la meditación y el panfleto poético, como el que lo ha traído hasta aquí: Venecia es una laguna. Roberto Ferrucci o el hombre que testimonia para que Venecia no deje de ser Venecia y conste el peligro donde respira ahora. Su tarea es tan difícil como admirable: ¿cómo escribe uno sobre su ciudad cuando es la ciudad más escrita del mundo y por las mejores cabezas de todos los tiempos? ¿Cómo se escribe o reescribe una ciudad escrita y vuelta a escribir por Goethe, Proust, Dickens, Thomas Mann, el barón Corvo, Chéjov, Byron, George Sand y ya paro porque podríamos estar así, abstraídos en una letanía de nombres, de grandes nombres, de nombres del solemne gran panteón de la humanidad, toda la noche? A veces he pensado que Ferrucci soporta Venecia porque está a menudo de viaje –de estancias y festivales– en Francia, que es donde él y yo nos conocimos y encontramos por sorpresa de vez en cuando, sea en Saint-Nazaire, en Montpellier, o en París, en una calle de Montparnasse. Primero veo su sonrisa de reconocimiento, luego su gesto circunspecto y amable en el abrazo y más tarde una complicidad submarina que sólo otorga el ser mediterráneo e insular: no importa que nos expliquemos nada y todo recomienza donde lo dejamos. Como ocurre con la ciudad cuando se abandona y se regresa luego. Nadie te pregunta cómo te fue lejos de ella; alguno hace ver incluso que no lo sabe; la vida y la muerte están en ella, para qué hablar de lo que ha ocurrido fuera.

Pues bien: Ferrucci habla de Venecia desde dentro y desde fuera. Los que no somos venecianos vimos hace años las fotografías de los grandes cruceros atravesando la laguna, frente a La Piazzeta o La Giudecca. El efecto tal vez habría entusiasmado a Marinetti, pero había ahí un, digamos, efecto Godzilla, preocupante. Efectivamente: donde antes se había congelado la Laguna –recuerdo una novela de Alberto Ongaro, La partida, donde ocurría eso y detrás de eso, ocurría de todo y poco bueno– se empezó a congelar el espacio vía masificación humana. La ciudad dejó de serlo para convertirse en un zoco y sus habitantes –la mayoría de ellos– fueron expulsados de su ciudad y eso que tenían un alcalde filósofo, Massimo Cacciari. Ferrucci ha escrito Venecia es una laguna, donde el título es la consigna, que a su vez es la realidad que el mundo olvida: Venecia no es una ciudad marítima. Venecia es una laguna. Y como sabemos desde el lago Ness, en una laguna cabe un monstruo, no decenas de ellos que como narra Ferrucci con ‘los motores y grupos electrógenos constantemente en marcha, lanzando al aire un humo negro que se mezcla con los humos industriales de Porto Marghera… y haciendo vibrar las casas de su alrededor, anulando las televisiones  y paralizando los móviles, dominados ambos por estas toneladas de acero y campos magnéticos invisibles’. Esa es la conciencia. Pero hay una preconciencia del ciudadano –vuelvo a citar a Ferrucci– en el momento de despertarse y dar los primeros pasos: ‘cuando mis ojos se abren y aún no están conectados con el paisaje, la mirada induce a error. Te hace sobresaltar. Uno diría que un fragmento de la ciudad se ha desprendido del resto’. Así habla Ferrucci en este libro escrito entre Saint-Nazaire –donde contempla la fabricación en los astilleros de esos paquebotes que después cruzarán la laguna veneciana– y Venecia. Saint-Nazaire o la ciudad de la libertad –desde sus muelles tantos partieron hacia América huyendo de los nazis o en busca de una tierra de leche y miel– y Venecia, que poseyó el Mediterráneo y ahora es poseída no por el turco sino por los nuevos titanes que espantan a los venecianos. Y en medio Roberto Ferrucci, que escribe su ciudad como no había sido escrita, una de las cosas más difíciles que puede hacer un escritor nacido en la ciudad más y mejor escrita del mundo. Y haciéndolo la defiende. Porque eso es también la literatura: una defensa ante el mal.

Ya callo. Les dejo con el autor de Venecia es una laguna, en manos de Elena Vallés, o sea de las mejores manos. Y en la logística aclaratoria, Paula Casadesús.

Muchas gracias.

Imagen de la I Jornada de los Encuentros sobre turismo de masas en los centros históricos del Mediterráneo (4 de octubre de 2018).

Imágenes del reportaje «Venezia e le grandi navi«, del fotógrafo Gianni Berengo Gardin.

** Este artículo fue el discurso de presentación de José Carlos Llop a Roberto Ferrucci y su ponencia «¿La muerte de Venecia?», impartida el 4 de octubre de 2018 en el marco de la primera jornada del ciclo «Encuentros sobre el turismo de masas en los centros históricos del Mediterráneo», organitzada por Palma XXI con la colaboración del Museu Es Baluard y la Fundación Iniciatives del Mediterrani.