El fotógrafo que retrató Palma en patines

El fotógrafo que retrató Palma en patines

El fotógrafo que retrató Palma en patines

Il·lustració: Toni Salvà.

Roland Barthes empieza su libro La cámara lúcida con una anécdota personal que hoy recojo a propósito del fotógrafo Donald G. Murray, fallecido tan solo unos días atrás. Para ser precisos el 18 de abril. Un domingo. Barthes cuenta que al dar con una fotografía de Jerónimo, último hermano de Napoleón, pensó para sí: «Veo los ojos que han visto al Emperador». 

Durante muchos años, el fotógrafo de Canadá, que eligió Mallorca para vivir y morir después de sobrevolar buena parte del mundo -fue piloto de las Fuerzas Aéreas de Canadá-, retrató los interiores de las casas señoriales mallorquinas, en la serie La Casa y el tiempo, editada por José J. De Olañeta. De tiempo está hecha la fotografía que no es otra cosa que el intento de detenerlo y me pregunto si esos ojos azules de Donald G. Murray vieron el rostro de una ciudad desvanecida entre damascos y sedas, sifoniers y veladores de caoba y palo rosa, de espejos amarilleados en sus esquinas, de sillas vacías y sofás con los huecos dejados por los muertos.

Él puso a disposición de nuestras miradas el silencio de alcobas en desuso que en su día fueron escenarios de noches de boda, con o sin amor, de la aristocracia mallorquina que con el paso y el peso del tiempo ha ido deshaciéndose del lastre de las herencias. Donald estuvo ahí como quien contempla el escenario de la vida cotidiana que sucedió tiempo atrás. 

Como también estuvo en los interiores de los conventos, ¿trató de captar el voto de silencio de algunos de ellos?; al menos en las celdas desnudas no tuvo el trabajo de elegir qué objeto retenía para la inmortalidad y lo convertía en sujeto de la fotografía. Como bien apunta Barthes, “de todos los objetos del mundo porqué escoger tal objeto, tal instante y no otro”. 

Son miles las miradas que nos ha regalado Donald G. Murray de una ciudad hurtada a lo que fue, de unas casas vacías de esencia, porque si hoy hablamos de la España vaciada, podríamos también empezar a hablar de las ciudades vaciadas de sí mismas, de lo que fueron, de parte de su historia para convertirse en otras. Si la materia no se crea ni se destruye sino que se transforma, hagamos del enunciado de Lavoisier, un apunte esperanzador de Palma.

Creo que a Donald le gustaría que no cayésemos en nostalgias de salón de té porque él supo mirar  vívamente un patrimonio para regalarlo a ojos futuros. Quizá por eso asumió otra paradoja: ser uno de los fotógrafos de la historia de la ciudad, de su detención, y moverse por ella rodando, rápido, en patines. El piloto hizo del asfalto otro cielo. Voló sobre la ciudad a ras de tierra después de haber visto lo que nuestros antepasados vieron. D.E.P. Donald G. Murray.

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