Miedo y libertad

Miedo y libertad

Miedo y libertad

Il·lustració: Toni Salvà.

Durante meses estuvimos encerrados pendientes de las oscilaciones de una curva de contagiados de este virus pesadilla. El mundo entero se aquietó de puertas para afuera. Cuando nos asomamos a él a través de las pantallas de redes y otros medios, la cámara enfocó los dibujos de los arcoíris que en muchas ventanas y verandas colgaban como un brote de esperanza. Los niños habían dibujado idéntico símbolo al de aquellos que en Italia en 1961 se utilizaron para pedir “paz desde los balcones”. Años después, serviría para idénticos fines durante la Guerra de Irak. Una epidemia los fijó a los cristales el año pasado; hoy muchos siguen ahí pero amarillean como periódicos viejos y como esas buenas intenciones que lanzábamos cada tarde entre aplausos y vivas a los sanitarios y otros indispensables como los trabajadores de la alimentación. Nos prometimos salir de ésta renovados, mejores, con la lección aprendida. 

Hoy frente a uno de esos arcoíris, es posible que vivan algunas personas que la semana pasada salieron a la calle sin mascarilla, sin distancia, desafiantes y engreídos en nombre de la libertad con un ‘basta ya’ en los labios que no es otra cosa que un sálvese quien pueda. Hasta es más que probable que algunos de ellos tengan hijos que dibujaron el arcoíris durante un confinamiento que no, de ninguna manera, nos ha hecho mejores. ¿Quién lo esperaba?

Levantaron el estado de alarma y España se lanzó al botellón. A cara descubierta, pegados los unos a los otros. Al bicho lo matan mi descaro y mi juventud, mi inconsciencia y mi egoísmo y, desde luego, la ignorancia de confundir miedo con libertad. 

La física explica que cuando alguien ve un arcoíris lo que en realidad ve es luz dispersada por una cantidad de gotas de lluvia. Otra persona que esté a su lado verá esa luz desparramada por otras gotas, es decir, que cada uno verá su propio arcoíris, distinto al que ven los demás. Algo parecido está ocurriendo con la pandemia, desde los negacionistas a los serviles que no se plantean dilemas, a aquellos que se lo toman como una advertencia y a los que se están forrando con el dolor de los demás gracias a la incompetencia y complacencia de algunos políticos. Un arcoíris para cada persona.

Días atrás estuvo en España David Servigne, ingeniero agrónomo que junto al investigador Raphaël Stevens, ha escrito Colapsología. Algunos de sus apuntes sirvieron para armar la serie Colapso que me negué a ver durante el confinamiento para no caer en la materia oscura. Hoy tras verla con el ánimo encogido y la mente despierta, la recomendaría a todos estos que se quitan la mascarilla para usarla como venda sobre su mirada y birra en mano cantarle al mundo “yo soy libre”. Es desgarradora. Nos pone en jaque, nos recuerda lo que ya se advirtió en el Informe Meadows en 1972, que nos estamos saltando los límites. Estamos ante una pandemia que es espejo de crisis más devastadoras que pueden desembocar en la falta de agua, el agotamiento de los recursos petroleros, catástrofes naturales, el estancamiento de la agricultura intensiva, la pérdida de biodiversidad. 

“Mi objetivo no es asustar. Con el miedo, la rabia de los jóvenes, hay que reaccionar. ¿Cómo nos organizamos? ¿Cómo hacer para no matarnos los unos a los otros?”, se pregunta Servigne. A la vez apunta que la democracia puede ser víctima de un caos que alimenta el fascismo. “Lo más importante es mantener la democracia”, recuerda. Y como gotas de esperanza, señala la ayuda mutua que va de balcón a balcón, cuando ayudas a ese anciano solo e inválido a hacerle la compra, o cuando plantas un huerto urbano y, desde luego, a un cambio de modelo.

Erich Fromm publicó El miedo a la libertad en 1941, en una Europa desgarrada, violentada, demenciada, por el nazismo y el fascismo. Hace dos años, en las playas de Normandía, entre el mar y el cementerio con cientos de cruces blancas por los caídos en el desembarco de las tropas aliadas que lucharon por liquidar los planes demoníacos de Hitler, temblé y me quedé muda. Quién me iba a decir que poco más de un año después estaría recordando aquel escenario bellísimo hasta doler y buscando en el cielo un arcoíris que nos devuelva el coraje para decir basta a los atropellos que muchos comenten en nombre de la libertad con una birra en la mano haciendo botellón.

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