Nos quisimos tanto
Nos quisimos tanto
Tenemos miedo al silencio. De igual manera nos aterroriza la soledad. Lo peor de todo es nuestro temor a cambiar. Silencio, soledad y cambio es lo que hemos ido viviendo entre el fin del invierno, la primavera entera y un pellizco de verano. Paradójicamente no lo hemos hecho solos sino que el mundo y sus gentes hemos sido encerrados a la vez. Mientras el exterior calló en un mutismo que agradecieron flora y fauna, en el interior de la cueva no paramos de hablar para decirnos lo mucho que nos queríamos. Smartphones y toda cuanta tecnología lo permitía estaban en máximos de rendimiento. La incertidumbre de esta pandemia asesina puso en solfa nuestro encierro habitual para volvernos generosos en declaraciones de amor. Millones de personas encerradas hacen mucho ruido.
Guardo algunos te quiero en mi teléfono móvil aunque he borrado cientos de corazones a riesgo de que pete con tanto abultamiento sentimental. Mientras, me pregunto porqué ahora que ya estamos sueltos se han acabado la efusividad y los amores de zoom. Otro signo de regreso a lo de siempre es que el teléfono fijo ha recuperado su lugar en el mundo: un rincón de la casa, olvidado, ¡total no suena! El celular sigue ardiendo porque para algo estamos siendo inseminados para entrar en el 5G, no pasará nada un poquito más de radiación, es menos visible y más lenta que el coronavirus. Y nos quiere tanto. Y le necesitamos tanto para aliviarnos del silencio, la soledad y el miedo al cambio.
En el nuevo viejo estado ya no recibimos frases de autoayuda tipo ‘seremos mejores después de ésta’, ‘todos juntos vamos a poder contra el bicho’, ‘vamos a decirnos cuánto nos amamos ahora que estamos vivos’. Cosas así. Ahora vuelve el bombardeo de la cotidianidad y todos a una hacemos revisionismo histórico a base de contemplar cómo ruedan las cabezas de Junípero Serra y Cervantes allende los mares, qué expresión más rancia, Lourdes. ¡Estás en el más allá! Vuelvo al suelo para contemplar los fragmentos de un episodio más de aquello que certeramente resumió Jack London en dos frases: “Mientras el negro sea negro no entenderá al blanco, y mientras el blanco sea blanco, no entenderá al negro”. Así pues, con los de la leyenda negra que han vuelto a atizar y echar leña al fuego y los de lengua rápida y cerebro torpe que deciden que hay que guillotinar cuanto busto haya que tribute cierto pasado, por cierto infausto, volvemos a estar entretenidos.
Efectivamente, ya estamos en la normalidad. Palma no es ajena.
Esta mañana me he despertado y sin más he caminado hacia la pantalla del ordenador. Me ha parecido ver una luz intermitente y juraría que he escuchado una voz. Casi humana. Me animaba a empezar el día, me proponía cinco minutos de estiramientos, quince de meditación, me daba una tregua para el café con leche y la tostada de pan de espelta con semillas y lo más importante, me llegaba una frase: “Vivimos como soñamos, solos”.
He mirado directamente la pantalla. ¿Dónde está todo aquel amor de la pandemia?, me he preguntado.Una sonora carcajada ha sido la respuesta. He querido apagar el terminal, me ha costado, pero he conseguido darle un buen mordisco a la yugular de ese cable maldito. He acabado exhausta. Ha sonado un pitido. el teléfono móvil. Me he lanzado como una poseída. Era un sms para anunciarme la nueva factura del gas.