Arquitecturas de la pobreza

Arquitecturas de la pobreza

Arquitecturas de la pobreza

Ilustración: Toni Salvà.

Hace dos semanas un hombre apareció muerto en el llamado parque de Pocoyó donde hace décadas personas varadas se cobijan en sus bajos, muy cerca de los columpios de los niños. Algunas de ellas llevaban tiempo durmiendo a la entrada de Emaya, a dos pasos. Les vi muchas veces y cada tanto observé pequeños cambios. Hay quien colocaba flores de plástico al lado de sus amasijos de mantas con la aspiración de disfrazar la miseria en algo menos feo. Hoy se han movido a los bajos del parque. Son comunidad.

La actual pandemia también arrastra a millones de personas que han visto el corazón de las tinieblas en un aliento, el que puede acabar con una vida digna. Vivir en la calle. Cuarenta de esos millones de seres humanos habitan su exclusión en el “hogar”, en la ‘ciudad’ de los sin techo describe la prensa.

¿A qué se le llama ciudad, a qué hogar? Cartones, mantas, hules y maderas astilladas son los materiales de esas arquitecturas de los pobres, de sus filigranas de supervivencia, que hacen nido como los pájaros, agarrando hules, mantas, hierros, de aquí y allá pero con una diferencia: los nidos de las aves responden a la naturaleza y a sus equilibrios; los cartones de los pobres son la evidencia del desequilibrio de un mundo en el que la riqueza está mal repartida. 

Arquitectura de pobreza que tampoco es heroísmo de robinssones urbanos, los que viven al pairo, a los que el confinamiento les ha pillado con el paso cambiado y han hecho de coches abandonados, de soportales, de cajeros y de parques como el de Pocoyó su casa, su choza, su cabaña. ¿Refugio? 

Nos hemos pasado estos meses hablando del descubrimiento de las casas, de la geometría de nuestros pisos, del disfrute de las habitaciones como una de las consecuencias positivas del confinamiento. Hemos alardeado de la introspección descubierta a base de estar encerrados a cal y canto, incluso al abrir las cancelas muchos hemos confesado sentir el denominado síndrome de la cabaña. ¿Cómo lo habrán vivido en los Pocoyó del mundo?

Gaston Bachelard escribió en La poética del espacio que “la casa es nuestro rincón del mundo. Es nuestro primer universo. Es realmente un cosmos”. También equiparó la casa con el “vientre materno”, con “un escenario de sueños, ensueños, recuerdos y evocaciones”. Bellas palabras, sin duda, pero, ¿quién quiere vivir en ese “cosmos” de miseria? Nadie. Todos piden, reclaman al ayuntamiento, a quien sea, “una habitación” digna, la misma que necesitó Virginia Woolf para escribir en libertad, esas cuatro paredes que es un derecho universal que han usurpado a millones de personas. No miremos hacia otro lado. Las arquitecturas de los cartones son una metáfora de uno de los fracasos de la humanidad: la pobreza.

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