Nos están vendiendo

Nos están vendiendo

Nos están vendiendo

Il·lustració: Toni Salvà.

Tengo dos amigas que han dejado sus trabajos habituales para dedicarse a la venta de casas. Ha sucedido en plena pandemia en la que los índices de desempleo están al alza. La banda sonora de esta incertidumbre mundial ha saltado del Resistiré a Mi casita de papel, en la que Jorge Sepúlveda ha resucitado en cada portal inmobiliario además de adelantársele a Elon Musk en su afán por vivir más allá de la Tierra. Colonizada, la una, busquemos nuevas extravagancias en conquistas interestelares. Y no tan lejos.

La nueva excentricidad del Ayuntamiento es convertirnos en los voceros de nuestros barrios para poner luz y taquígrafos a negocios, rincones, a toda esquina susceptible de ser convertida en cebo turístico. No satisfechos con la permisividad de vender el centro de la ciudad al mejor postor -y ya sabemos quién gana siempre-, ahora quiere deslocalizar el negocio turístico y extenderlo a la periferia sin mancharse las manos. Nos quiere convertir en verdugos de nuestro propio destino.

Los vecinos les pondremos en bandeja nuestro patrimonio sentimental, es decir, los lugares del barrio que amamos por mantenerse al margen del negocio turístico, ese bar de la esquina en la que te llaman por tu nombre, o el pequeño local del zapatero remendón donde a duras penas malvive de poner suela a tus botas. 

Tenemos experiencia, sabemos en qué y cómo acaba esta película de un neorrealismo mallorquín: “vendre ses cases i anar de lloguer”, corregido en el postcapitalismo con un irte a la calle. 

¿Qué esconde tan aviesa invitación a los vecinos al convertirlos en publicitarios gratis total?

Echemos la vista al espacio, alarguemos el cuello. ¿Dónde están las plumas construyendo, levantando la tierra para transformarla en nuevas promociones, en la expansión de la ciudad? Hay muchas pero hoy pongo el foco en dos, en La Soledad y en Pere Garau. Ambas periferias tienen un mismo cordón umbilical: la una es denominada Nou Llevant y la otra, Nuredduna. La primera fue barrio obrero, fabril y la otra cuenta con un mercado con puestos callejeros tres días a la semana. Lo que acabará convertido en el llamado turismo de sensaciones: culinarias, olfativas, nostálgicas y otras zarandajas parecidas, el argumentario que acaba derivando en la usurpación de tu barrio, de tu casa, de tu historia para convertirla en producto turístico. Otro más.

En dichos barrios los negocios inmobiliarios están creciendo como setas. En torno a la nada clara peatonalización de Nuredduna el buzoneo con peticiones de que vendas tu piso va en aumento. En los alrededores de La Soledad es un hecho que son muchos los extranjeros que están comprando. En ambos ocurre algo similar: un desembolso ingente de dinero público -sobre todo fondos europeos- para pavimentar calles, espaciar aceras, peatonalizar y crear carriles bici, una urbanización en toda regla, plausible sí pero que van a acabar disfrutando los nuevos dueños, los nuevos inquilinos, de la periferia. Nosotros no porque no podremos pagarlo.

Si no quieres que tu barrio sea colonizado, deja de instagramearlo, olvida tus clics fotogénicos y desde luego, no hagas el trabajo sucio a quien lo único que le interesa de ti es tu voto cada cuatro años y ahora tu ‘casita de papel’. Muy triste pero cierto.

Una tarde de éstas contemplé la mudanza de aquella ferretería de Caputxines convertida ahora en negocio inmobiliario. Liándose un pitillo, una mujer joven sonrió al ver mi expresión de desconsuelo y compartió su lamento: “¡Nos están vendiendo!” Me fui a por una cerveza.

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