Desayuno «antiguo»

Desayuno «antiguo»

Desayuno «antiguo»

Il·lustració: Toni Salvà.

El 10 de marzo quedé con una amiga para tomar café en La Molienda, en su nuevo local en la calle Arxiduc. Llevaba semanas viéndolo y se me hacía la mirada líquida tras los ventanales enormes del nuevo negocio de los primos Miquel Calvente y Toni Emazabel, responsables de que muchos hayan empezado a conocer los secretos del buen café y no se conformen con esos sucedáneos que sirven en la mayoría de las cafeterías de Palma. Han pasado siete años desde que abrieran su primera Molienda en la calle Caputxines, pequeño como un grano de café del que recuerdo ver una bicicleta y un monopatín que imaginé decoración; supe después que son sus vehículos de transporte por la ciudad.

Los veinteañeros venían curtidos de sus aprendizajes en Londres. Miquel se hizo barista que es algo así como un prestidigitador que convierte la química de esos granos de café llenos de potasio, calcio, fósforo y magnesio y saca lo mejor de su aroma que procede de las más de 200 moléculas que integran esa pequeña nuez parduzca que acompañó y lo sigue haciendo algunos de los momentos estelares de la vida.

Como aquel breve encuentro que tuve el 10 de marzo con una mujer que atrapó mi mirada nada más llegar mientras yo esperaba a mi amiga MPau. La mujer, y quizá yo tampoco, pegábamos en La Molienda, llena de una clientela joven instalada en su ordenador portátil mientras pedían café y desayunos veggies. Aquella mujer a la que calculé unos setenta años vestía una gabardina con detalles de color estrafalarios y llevaba calada una boina oscura en una mañana de primavera luminosa. Parecía un personaje sacado de una película de la nouvelle vague versión española, es decir, un imposible porque la nouvelle vague es francesa, si no, es otra cosa. Pidió un café con leche y pan tostado, un desayuno de pueblo, pensé. Me gustó aún más.

Cuando llegó mi amiga me olvidé de la mujer hasta que se levantó y con una sonrisa de verdad nos pidió que mirásemos su bolso mientras iba al lavabo. Al volver, me acerqué a ella para contarle que quería hacerla letra, por ella, por su atuendo Jules et Jim y su desayuno “¡antiguo!”, apostilló ella. Me contó que era de Madrid aunque llevaba viviendo en Mallorca desde 1961, que tuvo un cáncer, que lo pasó mal pero que ahí estaba, a sus 81 años. No tenía hijos, solo una pequeña familia, hermano y cuñada que la cuidaron mucho en la enfermedad. Le pregunté su nombre: Angelines Sillero. Quiso saber cuándo saldría el escrito. Le di mi nombre y que mirase en Facebook. Cabeceó y solo dijo: “¡Ah sí!”

Nada hacía presagiar aquel martes, 10 de marzo, que cinco días después se iba a decretar el estado de alarma y el país entero iba a quedar confinado. En principio dos semanas que serían muchas más como todos sabemos.

He pensado muchas veces en ella, no sé porqué, me pregunto cómo estará, si seguirá tomando aquel café con leche y pan tostado mirando desde su balcón a la calle, hablando con su hermano y su cuñada y buscando en Facebook un escrito sobre un desayuno “antiguo”.

Me cuenta Miquel Calvente que ya han abierto La Molienda de Arxiduc, incluso han colocado una mesa y un par de sillas en la calle. Creo que voy a encontrarme a Angelines para compartir un desayuno “antiguo”. Tenemos muchas cosas que contarnos. Este tiempo ha sido relativo, largo y corto. Ha sucedido en un sorbo de café.