Síndrome postvacacional

Síndrome postvacacional

Síndrome postvacacional

Ilustración: Toni Salvà.

Hace un siglo, de todo parece ya un siglo, cuando alguien regresaba a las rutinas cotidianas tras las vacaciones se pasaba los primeros días aturdido. Se le llamaba el síndrome postvacacional y era la risa en las oficinas, los despachos, los bares. En el cuadro de síntomas se enumeraban depresión, cansancio, fatiga generalizada, falta de sueño, irritabilidad. Creo que a ese síndrome se le debería llamar por su verdadero nombre: no quiero trabajar. O quizá mejor, no en este trabajo. No a la normalidad. ¡Ya ven! Hoy daríamos todo por regresar a aquella Galaxia de la que nos apearon en marzo de 2020.

Hoy la nueva realidad también ha aparcado algunos tics del pasado porque quién es el guapo que va a hablar ahora del síndrome postvacacional cuando millones de personas ya no tienen un trabajo al que volver, o muchos otros, en riesgo de perderlo en los próximos meses. Y una gran mayoría, yendo a ratos. Trabajo como quien baila la yenka. Por ello, ya no encontramos reportajes a doble página con el cansino síndrome tras la vuelta a la normalidad. ¿Normalidad, dices?

A la vez que un ‘bicho’ recorre el mundo poniéndonos de patitas en la calle, este pasado mes de septiembre, se da luz a un escalofrío físico estelar: se ha descubierto la colisión más potente nunca antes observada de dos agujeros negros captada por dos detectores de ondas en Europa y Estados Unidos. Al igual que ocurre con este coronavirus, los científicos están llenos de preguntas, de enigmas, no pueden explicarse la formación de semejantes agujeros negros que se han saltado todo lo sabido hasta la fecha, con teorías de Einstein incluidas. El galimatías es tan descomunal que quien lo descubra puede acabar con el Nobel de Física en el regazo, como ya obtuvieron los descubridores de la primera onda gravitacional en 2016, entre ellos la menorquina Alicia Sintes de la UIB.

Todo ese misterio sucede lejos, muy lejos, mientras en la Ciudad Cuántica no nos privamos de nada:  barrios semiconfinados, hospitales de nuevo llenos de pacientes y personal sanitario atemorizados ante el aumento de infectados por el virus y unas aulas que podrían convertirse en foco de otro repunte de la epidemia.

Nadie aseguró que sería fácil pero ya está bien de ir por la vida sin plan B. Salta a la vista que entre una sociedad descuidada, egoísta, irresponsable y unos políticos blandos que han cedido a las presiones y han hecho oídos sordos a quien de verdad deben escuchar, la comunidad científica, vamos a pasar un otoño y un invierno que ríase del síndrome postvacacional. Ojalá me equivoque.

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