Queridos mallorquines antes y después

Queridos mallorquines antes y después

Queridos mallorquines antes y después (17/04/2020)

Portada del libro Queridos mallorquines de Guy de Forestier, con ilustración de Pere Joan, editado por Olañeta.

¿Os habéis fijado en la coreografía de los escasos seres que circulan por la calle? Caminan en línea recta hasta que a lo lejos divisan a otro ser enmascarado idéntico a él. Cuando la distancia se acorta, percibes un movimiento ligero, sutil, un cambio de paso que sin ponerle de puntillas, le permite dar un quiebro o, en lenguaje Queridos mallorquines, un “esquive”, la práctica isleña que propicia un saludo a distancia, un levantamiento de cejas en lugar de un apretón de manos y para los más mallorquines, un cambio de acera. También un saltito si te ha pillado con el paso cambiado y en una esquina te das el tropezón con otro emboscado. ¡La hemos liado! Es cuando recurrimos al socorrido levantamiento de barbilla.

Hace tiempo que el relato Queridos mallorquines, de un tal Guy de Forestier, se convirtió en libro de cabecera de muchas casas de los aborígenes de esta isla, y no solo de ellos. Nos gustó tanto el retrato que, a diferencia del dibujado por George Sand en un Invierno en Mallorca en el que nos ponía a caldo, quisimos que nuestros amigos forasteros dejaran la isla con un ejemplar de Queridos mallorquines bajo el brazo. En compañía de una ensaimada.Su retrato de esta forma de ser ‘peculiar’, que dirían poniendo boquita de piñón los ingleses, a quienes se nos suele comparar, me ha confirmado algo que compruebo en mis escasas salidas a la compra: que los mallorquines somos adelantados a casi todo, también al coronavirus.

No es que seamos raros es que de siempre hemos temido al contagio. Por eso aventuro que la pandemia en la isla tiene menor incidencia porque no nos gusta achucharnos y mucho menos en público. ¡Vaya!, que nos resulta fácil mantener esa distancia obligada por más que disimulemos cada tarde a las ocho con los arrumacos de balcón a balcón cual Romeo y Julieta.

Debo confesar que soy un poco Forestier por eso me permito algún extra y desde este balcón os envío un abrazo y un Uep, com anam!

07/05/2020

No han pasado ni tres semanas y los queridos mallorquines se revelan otros. Los que están en la calle ahora, de paseo en las distintas modalidades de acorde a esas franjas de horas que nos dan para hacernos sentir libres pero que no son otra cosa que remedos a la pérdida de libertad que padecemos, se han entregado a la afabilidad exagerada.

Muchos salen en mallas, a calzón quitado, para explayarse y darle al músculo aire. Otras sacan el picnic y se tumban en la hierba de los parques a cháchara limpia. Numerosos los nuevos inquilinos de calles que a pedales olvidan que es por los carriles bici por donde deben circular. Ese derroche de vitalidad que ansié por momentos, ahora me asusta. No hay ni dos metros de distancia entre estos paseantes a la desesperada.

Ahora más que nunca recuerdo la novela de Robert Walser, El paseo, con sus frases quirúrgicas, esos párrafos inmensos entre los que uno se encontraba con el caminante silencioso que en el confinamiento atisbó con tan solo mirar por el balcón y añorar cuando caminábamos por la ciudad. “A veces ando errante en la niebla y en mil vacilaciones y confusiones, y a menudo me siento miserablemente abandonado”. ¿Quién no sintió algo parecido en los pequeños vagabundeos por una ciudad a la que tendremos que aprender a amar respirando de otra manera, quizá bajo el tul de una mascarilla? Me pido la franja de horario más mallorquina. ¿Adivinan cuál es?