La ciudad durante el franquismo: de 1936 a 1975
La odisea de los vencidos

La odisea de los vencidos

La odisea de los vencidos

Cómo habíamos dicho anteriormente, las fuerzas franquistas estaban decididas a aniquilar al adversario político sin ningún prejuicio moral. Es más, muchas a veces actuaban avalados por la Iglesia y pensaban que hacían un bien en el país. La persecución de personas señaladas como enemigos del bando nacional y asesinadas continuó durando algunos años. La represión perduró hasta que acabada la Segunda Guerra mundial y derrotado el ejército alemán, el general Francisco Franco cambió su estrategia y se acomodó a la nueva situación, por temor a que los países vencedores forzaran su destitución.

La represión inicial y los posteriores asesinatos durante los tres años que duró de la Guerra Civil española habían dejado claro a todo el mundo que cualquier oposición en la posguerra podría costar la vida. Un ejemplo del ambiente de control de la ciudadanía por parte de las autoridades militares y de los falangistas lo encontramos al libro de Joan Mas «Els mallorquins de Franco», donde a la página 9 describe las instrucciones dirigidas a funcionarios públicos que daba Canuto Boloqui, jefe de la Falange en las Islas Baleares y sustituto del marqués de Zayas. Tenemos que recordar que ya habíamos hablado de Canuto Boloqui por el caso de la bomba que el 1936 había puesto en la Casa del Pueblo de Palma. Sus instrucciones decían, entre otras cosas, lo siguiente: “Constituyendo la Federación Balear de Fútbol la representación máxima de este deporte en la provincia, encuadrando bajo su disciplina buena parte de nuestra juventud, sería necesario que sus componentes, así como personal directivo y árbitros, aportasen a su labor, aparte de las necesarias condiciones de seriedad, imparcialidad y justicia, el espíritu y el estilo de nuestro Movimiento”.

Otro ejemplo muy significativo de como el terror impactaba sobre los ciudadanos más cultos y más comprometidos con el progreso de la ciudad es el episodio de las 107 personas que firmaron el manifiesto “Resposta als catalans”, al que nos hemos referido en otro capítulo. Los hermanos Llorenç y Miquel Villalonga les presionaban a través del diario El Día, propiedad de Joan March, para que se retractaran de lo que habían firmado. Cuando ellos respondieron con una carta de rectificación, siguieron atacándolos a través del teniente coronel Margarit, que seria el que meses más tarde juzgaría y condenaría a Emili Darder.

El resultado de esta presión intensa, institucional, mediática y continuada durante toda la guerra y la posguerra fue una diáspora y una desintegración de toda aquella generación de republicanos, militantes y sindicalistas de izquierdas o regionalistas que habían luchado para la mejora de su ciudad. Los que no huyeron y querían continuar con su actividad cultural, política, profesional o empresarial fueron forzados a integrarse en las actividades que imponían los militares y los falangistas.

Así nos lo recuerda Francesc de Borja Moll en sus memorias. Es en 1937 y Moll se encuentra por la calle al pintor Pere Càffaro, discípulo de Ankermann y Sorolla, el cual le dijo:
– «Usted no es de las milicias urbanas, eh?
– No- contesté-, yo estoy siempre muy ocupado, entre el trabajo y la familia. No puedo pasar noches sin dormir y dejando niños pequeños con mi mujer sola, que está delicada de salud, y si tocan alarma por la noche…
– Yo ya lo comprendo -dijo Càffaro-, pero creo que tendría que hacer un esfuerzo, tengo miedo que no lo tengan por sospechoso. Ayer hablaban de gente que no ayudaba y oí que lo nombraban a usted.»

Durante aquellos días, Francesc de Borja Moll recibió más presiones por otros lados y acabó alistándose a las milicias urbanas y haciendo guardias en los campanarios de la Seu o de San Joan de Malta. Si venían a bombardear la ciudad, tenía que hacer repicar las campanas. La cosa no hubiera pasado de aquí si no fuera porque el general Cànoves dictó una orden que obligaba a los componentes de las milicias urbanas a alistarse a las milicias de la Falange de segunda línea.

Esta afiliación obligatoria lo llevó a hacer guardias por diferentes prisiones, con la camisa azul y la boina roja. La primera que le tocó estuvo en la prisión de mujeres de Can Sales, el diciembre del 1937. En esta prisión hacía algunos meses habían hecho la saca de Aurora Picornell. Aquella vez, Francesc de Borja Moll no tuvo suerte, puesto que fue el día del bombardeo más intenso que sufrió Palma: siete muertos, cuarenta heridos y varias fincas destrozadas alrededor de la Porta de Sant Antoni.

Este desastre enervó a muchos de falangistas que hacían guardia con él, pero sobre todo a uno que quería vengarse con las prisioneras. Francesc de Borja Moll lo cuenta así: «Uno de los que hacían guardia conmigo, dijo que estaría bien hecho que entráramos al edificio y matáramos a las rojas que había prisioneras. Me enfrenté y le hablé fuerte, tratándole de cobarde y de salvaje. Los otros de la guardia me apoyaron y aquel energúmeno no osó insistir».

Esta es una anécdota que ilustra las peripecias y las humillaciones personales que tuvo que afrontar una cantidad importante de los intelectuales que no eran del régimen franquista, que habían apoyado a la solidaridad de los pueblos de lengua y a la cultura catalana y que no emigraron. A pesar de toda esta presión, Francesc de Borja Moll pudo resistir y se mantuvo fiel a sus valores y a su trabajo en pro de nuestra lengua. Aun así no fue hasta el año 1962 que fundó la Obra Cultural Balear, una entidad capital para nuestra ciudad y todas las islas.

El año 1939, la Guerra Civil había acabado pero las muertes y los fusilamientos continuaban. Una muerte infame fue la de Matilde Landa, en la prisión de Can Sales el 1942. Después de muchas presiones por parte de la Iglesia y de la Falange para recibir el bautismo, el día que todo estaba preparado por su bautizo apareció muerta al patio de la prisión. Nos lo recuerda Antònia Garcia, presa en Can Sales, compañera de Matilde y entrevistada por David Ginard: “Y de pronto, Matilde apareció en el patio muerta. Desde una ventana. Pero todas las personas que conocíamos a Matilde y sabíamos de su espíritu y habíamos leído notas continuas que nos mandaba…Yo nunca pensé que tenía ningún afán para matarse, porque una persona como ella, de espíritu… ¡Imposible! Esto es que estaba drogada. Bueno, no lo puedo asegurar, pero en el ánimo de todas en la cárcel, estaba que a Matilde la tiraron» (pàg 72, David Ginard, op. cit).

La cantidad de personas con nombre y apellido asesinadas, encarceladas, juzgadas sin causa, desaparecidas o exiliadas es elevada. Una parte de ellas fueron entrevistadas por David Ginard a lo largo de algunos años. En estas entrevistas se pueden ver las impresionantes repercusiones sociales y personales de los vencidos en la Guerra Civil. Sus vidas, antes intensas, se ahogaron y callaron durante mucho de tiempo.

Las personas más acostumbradas a la lucha política o sindical, una vez acabada la guerra, intentaron sobrevivir como podían. Es el caso de Andreu Crespí, sometido a prisión. Cómo al alcalde Emili Darder y al exdiputado Alexandre Jaume, lo condenaron a ser fusilado. Finalmente le conmutaron la pena por treinta años de prisión. Con el apoyo inagotable de su mujer, Maria Plaça, cumplió seis y los otros seis se tenía que presentar cada día en la Guardia Civil. Inhabilitado para la enseñanza pública, se dedicó a la docencia privada. Con la restauración de la democracia volvió a participar en la política. Su hijo, Andreu Crespí, recogería su testigo profesional y político.

Una vida heroica era los de los que, todavía habiendo perdido la guerra y viendo como se derrumbaba su mundo, seguían intentando organizar alguna actividad política clandestina. Fue el caso de Antoni Martínez Juliana, dirigente comunista que estuvo encerrado y perseguido por el franquismo. Su hijo le contó, en una entrevista a David Ginard, una anécdota de su vida clandestina después de la guerra: «Mi padre venía, se lavaba, se cambiaba de ropa y se iba. Muchas noches se iba de casa y decía que iba a una reunión clandestina. Una vez, mi madre me hizo seguirle porque no se fiaba si realmente iba a una reunión o si tenía una amiga. Vi que iba hasta un piso del puente del tren: era la casa de una tía de Galiana (dirigente comunista) donde se solían reunir los que llevaban la organización clandestina comunista».

Una cosa diferente fue el drama de los que emigraron. De los miles que lo hicieron, hemos seleccionado el testigo de la hija de Emili Darder, Emília: «Después del fusilamiento de mi padre, mi madre aquí no estaba segura. La había avisado mucha gente, incluso de derechas, porque en la familia de mi madre y la de mi padre había que eran muy de derechas. Le dijeron: «Mejor que os vayáis». Porque habían hablado de encerrar mi madre, incluso habían enviado cartas amenazándome a mi. Yo en aquel momento ya tenía casi 16 años y mi madre se puso nerviosa y pidió el pasaporte para ella y su hija» (pág. 56).

El filósofo Julián Marías, en su libro sobre la Guerra Civil española titulado “La Guerra Civil, ¿cómo pudo ocurrir?”, nos dice en la página 67: “La guerra civil es- se ha dicho mil veces- más cruel que ninguna otra, más dolorosa porque introduce la división y el odio entre compatriotas, amigos, hermanos. Su especial intensidad le viene de eso y de que es más inteligible- empezando por la lengua del enemigo, pero no solo la lengua, sino todo el repertorio de creencias, usos, proyectos, esperanzas”.

Según los datos de diferentes historiadores, la Guerra Civil española causó unos 350.000 muertos, contando los dos bandos. Durante los primeros años de la posguerra, fueron asesinadas en toda España cerca de 8.000 personas y confiscados sus bienes bajo la Ley de Responsabilidades Políticas, promulgada el 13 de febrero del 1939; es decir, antes de acabar la guerra. El objetivo era poder «legalizar» las purgas y los robos que ya estaban preparados. A finales del 1940, en las prisiones y campos de concentración franquistas había más de 270.000 personas y unas 500.000 habían huido hacia el exilio. A través del análisis del impacto sobre la demografía española podemos ver la importancia de l se cifras. José Antonio Ortega, profesor del departamento de Economía e Historia de la Universidad de Salamanca, apunta que: «Al analizar los datos nos llamó la atención que tras el conflicto no se diera el rebote esperable en los nacimientos. Hasta 1942 se siguieron dando cifras de impacto comparables a las de la guerra en sí. Eso ocurrió por culpa de las condiciones tan duras de la inmediata posguerra».

Cómo hemos dicho reiteradamente, la vida de Ciutat cambió por siempre jamás, a pesar de que poco a poco se redujera la represión. Las actividades culturales, económicas, sociales y políticas cambiaron completamente y el ambiente cosmopolita se esfumó. Los turistas extranjeros dejaron de venir y los residentes de otros países fueron abandonando Palma. No volverían hasta los años 50.

La herida de la Guerra Civil no se cerrará fácilmente, como explicaremos a lo largo de esta tercera parte de la “Biografía de Palma”. Más adelante, en la cuarta parte, veremos como a pesar de la Transición democrática que vendrá después de la muerte de Franco, todavía habrá manifestaciones cargadas de síntomas del trauma colectivo y de las dificultades para pasar página.

Revisat per

Joan Mas Quetglas

Nació en Establiments (Palma) en 1965. Es autor de los ensayos Història de la ciutat de Palma (1998), Els mallorquins de Franco (2003), de la guía Palma amb bicicleta y de la novela L’illa sense memòria (2012), premio Vila de Lloseta.

Fonts consultades:

Ginard Feron, David. Trabajadores, sindicalistas y clandestinos : historias orales del movimiento obrero en las Baleares (1930-1950). Palma : Documenta Balear, 2018
Marías, Julián. La Guerra Civil, ¿cómo pudo ocurrir? Madrid : Fórcola, 2012
Mas Quetglas, Joan. Los mallorquines de Franco. Palma : Documenta Balear, 2003
Moll, Francesc de B. Los otros cuarenta años (1935–1974). Mallorca : Moll, 1975

Otras referencias

Los años del NO-DO 1939-1940. Rtve. 7’25» a 8’58»

Cuántas víctimas se cobro la guerra civil. Jose Antonio Ortega, El País.

Imagen de cabecera: Francesc de Borja Moll (http://gdp.leadermenorca.org/Contingut.aspx?IdPub=9063)