La ciudad durante el franquismo: de 1936 a 1975
La ciudad literaria de los años 60

La ciudad literaria de los años 60

La ciudad literaria de los años 60

El microcosmo literario de Palma en los años 60, tan desordenado como complejo, se podría decir que tenía forma de tres constelaciones que aglutinaban la mayor parte de la energía creativa literaria que circulaba por Palma. Aunque distantes, tenían puntos en común. Completaban estas constelaciones otras estrellas más pequeñas que iban por su cuenta porque eran más independientes.

Estas constelaciones se formaban en torno a tres estrellas emblemáticas para la literatura y la cultura de Palma: los escritores Llorenç Villalonga, (“constelación cosmopolita”); Camilo José Cela (“constelación castellana) y el filólogo Francesc de Borja Moll (“constelación catalana”).

“Tras la vidrieras del café Riscal hay varios hombres sentados alrededor de un velador. Uno de ellos tiene aspecto de británico. Parece alto y sólo escucha. Escucha lo que cuentan los demás como si estuviera en otra parte, sin dejar de estar ahí donde está, con ellos. Este hombre es el escritor Llorenç Villalonga. Oscura chaqueta de pata de gallo, camisa blanca y corbata indefinida, los pantalones grises, los zapatos cordados; nada que pueda destacar, nada por lo que ser recordado si ocurriera algo por lo que tuviera que ser citado como testigo (“En la Ciudad Sumergida” de Jose Carlos Llop, pàg. 75).

De Llorenç Villalonga se han dicho muchas cosas y se han escrito muchas páginas, entre ellas las de su biografía “oficial”, muy detallada, hecha por Jaume Pomar, “La razón y mi derecho”. En los años 60, Villalonga era una persona en su madurez y empezaba a tener los frutos del éxito de una carrera de escritor calificado como cronista de la decadencia de la “burguesía aristocrática” de su sociedad. “Mort de Dama” y “Bearn” fueron las dos obras que poco a poco llegaron a fascinar a la intelectualidad barcelonesa y de retruque a algunos lletraferits de Palma. Ironías de la vida, el éxito en Cataluña de la obra de Villalonga le hizo cambiar su nombre de pila como escritor: de Lorenzo de los años 30-50, a Llorenç desde los 60.

Su pasado franquista, del que no renegó nunca, lo vivió de la mano de su hermano Miquel Villalonga, del que también ya hemos hablado en su momento. Después del golpe de estado militar del General Goded, se enfrentaron -y humillaron- por motivo del manifiesto “procultura catalana” a bastantes intelectuales mallorquines agrupados en la llamada Asociación por la Cultura de Mallorca. Enfrentamiento que no se olvidó nunca y que todavía pervivía en el ambiente literario de los años 60.

La geografía vital y cotidiana de Villalonga estaba en el barrio de la Seu, -“barrio de gatos y canónigos”- donde vivía. Desde allá iba a pie a las muchas tertulias que se hacían en Ciutat, especialmente a las del Círculo Mallorquín y al bar Riskal, bar desaparecido a finales de los 60 con la reforma de S’Hort del Rei.

En  la tertulia del Riskal participaban también personas muy amigas de Moll, como Sanchis Guarner y Bernat Vidal; u otros como Baltasar Porcel, muy amigo de Villalonga. También participaban a menudo Camilo José Cela i Llorenç Moyà. Decían las malas lenguas que allá se decidían los Premios Ciudad de Palma.

En torno a Llorenç Villalonga giraban una serie de escritores jóvenes que despacio tomarán la palabra y se convertirán en escritores de éxito dentro de las letras catalanas: Jaume Vidal Alcover, Gabriel Janer Manila, Llorenç Moyà, Baltasar Porcel y Guillem Frontera, entre otros. También historiadores y analistas de su obra como Jaume Pomar y Damià Ferrà Ponç.

Cómo hemos dicho a otro capítulo, Cela, única estrella de la constelación castellana, se instala a Palma el 1955 e hizo en el Ayuntamiento aquella conferencia un tanto mística sobre “Palma, cuerpo vivo”. Enseguida se sitúa como “faro” de la literatura en la ciudad al ser nombrado presidente de los Premios Ciudad de Palma por el alcalde Massanet; y, más tarde, hijo adoptivo el 1969, siendo alcalde Gabriel Alzamora.

Su liderazgo se reforzó al crear “Papeles de Son Armadams” en 1956 y una tertulia en su mismo domicilio en la calle Bosque número 1. Desde allá puso al servicio de los escritores de aquí un reclamo internacional sobre todo lo que se hacía en Ciutat. Uno de sus primeros subdirectores fue Josep Maria Llompart, que después pasó a trabajar para la editorial Moll y acabará siendo presidente de la Obra Cultural. Un ejemplo de contactos y traspasos entre las “constelaciones”. Otro ejemplo es el de Baltasar Porcel, que pasó a trabajar en Papeles gracias a Villalonga.

Cómo señala Pilar Arnau en “La aportación de Papeles de Son Armadans a la difusión de la literatura catalana en plena dictadura”, la publicación tuvo una vertiente fundamental: la de difundir la cultura catalana. Si nos fijamos solo en los mallorquines, encontramos las firmas de Moll, Porcel, Ripoll, Jaume Vidal Alcover, Llorenç Moyà, Blai Bonet, Llorenç Villalonga, Llompart o Viñas. Mallorca, Palma, convertidas en centro neurálgico de la cultura libre, donde tuvieron cabida los escritores exiliados, las otras lenguas de España y los artistas y autores internacionales. Por no hablar de Las Conversaciones Poéticas, organizadas también por Cela, y El Coloquio Internacional de novela, que tuvieron lugar a Formentor.

Una de las otras constelaciones, la catalana, giraba en torno a Francesc de Borja Moll porque, como hemos dicho en el capítulo anterior, mantuvo la llama de la cultura catalana después de la guerra civil, a través del trabajo del Diccionario y con la fundación de la Obra Cultural Balear. También intentó en 1952, antes de los “Papeles” de Cela, una revista literaria que se llamaría “Raixa”, pero después de salir el primer ejemplar fue prohibida, a pesar de que algunos como Llorenç Villalonga le dieron su apoyo. Finalmente, pudo retomar su tarea en forma de editorial.

Miquel Forteza i Pinya fue el primer presidente de la Obra Cultural Balear y persona de mucha confianza de Moll. Forteza era muy conocido en Palma por su libro «Los descendientes de los judíos conversos en Mallorca», libro que dejaba clara la indigna conducta que había tenido durante cientos de años la sociedad bienestante hacia los llamados «xuetes». También era conocido por su pasado como ingeniero de carreteras y por ser hermano de Guillem y Bartomeu, personas destacadas, especialmente el  arquitecto Guillem del que hemos hablado antes. En su tarea estaba acompañado por Joan Pons i Marqués, y otros más jóvenes como Josep Mª Llompart, Bernat Vidal, Llorenç Capellà y Antònia Vicens.

Uno de los debates públicos que se hicieron populares fue provocado por el libro que publicó Miquel Forteza con el nombre “Los descendientes de los judíos conversos de Mallorca”. Este debate enfrentó a las dos partes en los diarios de ciudad con la participación de relevantes personalidades (“La razón y mi derecho” de Jaume Pomar, pág. 336). Uno de los intervinientes fue Josep Zaforteza, que ya había protagonizado un debate lingüístico muy conocido con en F.B. Moll sobre las diferencias entre el catalán y el mallorquín. Zaforteza, abogado de confianza de Llorenç Villalonga y su mentor en temas jurídicos y depositario y heredero de su legado como escritor, utilizó en aquel debate el pseudónimo de Pep Gonella, como se ha sabido ahora hace poco tiempo, y que dio nombre a los “gonellistes”, defensores del mallorquín como lengua independiente del catalán.

Entre Cela y Moll sabemos que existió una relación cordial y de respeto mutuo. Coincidió con él en alguna comida en los años 50 con el profesor Américo Castro en el restaurante de Ciutat Can Tomeu. También coincidieron los dos con Llorenç Villalonga en el mismo restaurante en un almuerzo homenaje a Blai Bonet en 1957. Al año siguiente, formaron parte del mismo jurado de los premios Ciudad de Palma, presidido por Cela e impulsados por Gabriel Fuster Mayans, “Gafim”. En esta edición, fue premiado Llorenç Villalonga, aunque el “premio de todos los premios”, otorgado por los participantes de los primeros cuatro años, lo ganó Moll en 1960 por la totalidad de su obra hasta el momento. El 1959, Cela invitó a Moll, y este participó a los Coloquios de Poesía de Formentor.

Camilo José Cela y la Chunga. (Fuente: Fons Rul·lan).

Cela y Villalonga se frecuentaban mucho al principio, con encuentros, comidas y copas. Es curiosa la observación que hizo Charo Conde, la esposa de Cela, cuando dijo que Llorenç Villalonga parecía un hombre que estaba muerto desde hacía 200 años (“La razón y mi derecho” de Jaume Pomar, pág. 270). A pesar de que Villalonga ya fuera en un principio un lector entusiasta de “La familia de Pascual Duarte” y de “La Colmena”, la relación con Cela no llegó nunca a ser de amistad, por lo que se desprende de las anécdotas que cuenta J.C. Lobo a su libro “En la Ciudad Sumergida” (pàgs. 230-233) ni de los comentarios de la biografía de Villalonga por Pomar (pàgs. 270-275).

El 1956 coincidieron en el primer jurado de los premios Ciudad de Palma, y volverían a coincidir en el de 1969. El 1956, Cela le hizo el prólogo a Villalonga a una autoedición en castellano de “Bearn”, de la que solo se vendieron 163 ejemplares. De aquel prólogo, a Villalonga no le gustó nada una afirmación (“Probablemente es judío”) que hacía un poco ingenuamente Cela. Después coincidieron en otras ocasiones, como por ejemplo en la tertulia del Riskal, pero con una cierta distanciación, sin llegar a la fobia que Joan Bonet un día le asignó (“La razón y mi derecho” de Jaume Pomar, pág. 239).

Parece que Cela sentía una verdadera admiración por Villalonga, pero aprovechaba las ocasiones para “rebajarlo” y despreciarlo. Así se desprende de muchas anécdotas que cuenta Jaume Pomar, especialmente la de la noche de San Sebastià de los premios Ciudad de Palma. En 1958, Villalonga concursaba con la novela “Desenlace en Montlleó”. Hasta el final, después de muchas votaciones públicas del jurado, Villalonga no supo que ganaba el premio, pero sí que estaba compitiendo con “Ropa tendida” de Caty Juan. Dicen que Cela, que era el presidente del jurado, le había hecho pasarlo mal para que supiera lo peligroso que era competir con una mujer en los certámenes literarios.

De las muchas estrellas que iban por su cuenta, citaremos aquí a dos. Un gran escritor, Mario Verdaguer, menorquín que pasó su niñez en Palma donde residió en épocas diferentes, publicó en 1953 la magnífica obra “La Ciudad desvanecida” y en 1959 “Un verano en Mallorca”. Verdaguer, republicano, vivía en Barcelona desde joven, escribía en “La Vanguardia”, dirigía la revista “Mundo Ibérico” y traducía a escritores tan importantes como Goethe, Zweig y Thomas Mann, que dio a conocer a Villalonga. Después de la guerra civil vino a Palma donde organizó una tertulia en el Figaro, un bar que estaba en el Borne, con Llorenç Villalonga y otros como Joan Bonet y Gafim (“La razón y mi derecho” de Jaume Pomar, pág. 210). Mario y su hermano Joaquim eran amigos de los Villalonga desde pequeños y de mayores se encontraban frecuentemente en el Círculo. Por otro lado, en tiempo de la posguerra, Verdaguer había asesorado Moll en la edición de obras en castellano, probando si había suerte. Mario Verdaguer volvió a Barcelona y murió en 1963.

El otro solitario era Cristòbal Serra, “el ermitaño de Palma de Mallorca que sabe sonreir, y esa sonrisa le aparta de los hombres modernos” (escrito de Octavio Paz del 1961, empleado como prólogo a una edición de su libro “Péndulo”). Traductor de grandes poetas como Blake, enamorado de los asnos, física y espiritualmente, fue un ejemplo para los jóvenes interesados en la literatura rebelde de aquel tiempo y de ahora. Escritor heterodoxo e inclasificable produce una obra fragmentaría, vanguardista, mediterránea y rebelde. En 1965 publicó “Viaje a Cotiledonia”, un viaje quimérico y alegórico, en palabras de su estudioso, Nadal Suau.

Con estas líneas esquemáticas sobre una realidad que era mil veces más rica y más compleja, podría parecer que los tres círculos literarios y las estrellas independientes solo tenían relaciones internas entre unas veinte personas, cerradas sobre sí mismas. Nada que ver con la realidad. Cada una de estas personas que lideraban la creación y el debate literario, tenían una gran cantidad de relaciones con personajes internacionales que visitaban Palma o a los que ellos visitaban. Cela con el mundo latinoamericano, era en el fondo muy cosmopolita. Llorenç Villalonga, que se había enfrentado al catalanismo, acabó compartiendo protagonismo en el Club Náutico el 1967 con Mercè Rodoreda, presentados “como los dos escritores más universales en lengua catalana”. Y Moll no paraba de ensanchar sus intercambios con personas de Madrid, Hamburgo o Berlin. Palma, definitivamente, estaba conectada otra vez con el mundo literario universal.

Para acabar, no podemos hablar de la vida cultural de los 60 sin hacer mención del papel fundamental que ejercieron las librerías. De hecho, gran parte de la formación literaria de los jóvenes de Ciutat de los años 60 y 70 se debe a las librerías y sus magníficos libreros. Así lo recordó la escritora Rosa Planas a su discurso de inauguración de la Semana del Libro en catalán de 2016, donde rindió homenaje a las librerías de su juventud que ya no están pero que restan en la memoria de los palmesanos nacidos alrededor de los años 40 y 50: “LOGOS, de Domingo, situada en el pasaje que va de los Olmos a la plaza de los Patines, que tenía detrás un cuartito con los libros que la censura había prohibido. Allá compré los poemas de León Felipe y Blas de Otero, también los de César Vallejo, no gustaban al régimen y eran tenidos por panfletos revolucionarios. Domingo los mostraba con orgullo y su gran figura era como la de un mago que saca conejos del sombrero. Había también la librería TOUS, que ocupaba un espacio importante en la calle de la Unión (…). Allá se congregaba una buena cosecha literaria y el escritor Toni Serra ejercía de maestro de ceremonias.

También perdimos la librería BYBLOS, primero dirigida por Josep Blanes y posteriormente por Josefina Messeguer. Allá nos reuníamos los amante de las tertulias para realizar los Paliques de la Rotonda, dirigidos por el gran Tòfol Serra en un ambiente que rompía la grisor de una sociedad abúlica y culturalmente apática. Cuando empezó la transformación de determinadas zonas de la ciudad, se llevó por adelantado la librería ERESO, situada en un lado de la calle de Paraires, con el callejón del Port fangós al lado. Era muy agradable, variada y llena de libros sugerentes. Su escaparate tenía un poder hipnótico y siempre exhibía libros interesantes que eran un reclamo para la inteligencia. Fue una pérdida dolorosa, pero como en otras ocasiones, nos acostumbramos. También fue un trago mal de digerir la desaparición de CAVALL VERD, la librería especializada en poesía de la plaza d’en Coll, dirigida por el bibliófilo Rafel Jaume, hombre singular y de gusto exquisito, a quien recuerdo perfectamente, siempre interesado en los autores y en los poetas mallorquines.

[…] LIBROS MALLORCA, un verdadero oasis para la producción hecha en catalán y por autores en lengua catalana. Las antiguas ediciones de Costa i Llobera, de Joan Alcover, de Rosselló-Pòrcel, de Josep Pla, de Víctor Català, de Joan Sales, de Josep Carner, de Anselm Turmeda, de Ausiàs March o de Ramon Llull. Su gran fondo era un tesoro y un descanso para todos quienes buscábamos aquel libro descatalogado, que ya no era novedad, pero que resultaba de imprescindible consulta y el valor del cual sobrevolaba por encima de las improvisadas exégesis. […] Son librerías que ya no están, espacios perdidos que no se pueden sustituir, pero que viven en la memoria de quienes fuimos clientes y buscadores entre sus estanterías. Hacían parte de un mundo que todavía no ha desaparecido y que hará parte de nuestra historia libresca y sentimental. Para acabar con este recuento también quiero recordar la Librería FIOL, que le decíamos “de lance” y que, en este caso ha dejado un doble vacío: el edificio derruido del cual solo queda un solar en medio de la calle de los Olmos. Quienes buscábamos libros de segunda mano, teníamos allá un espacio de referencia. Cómo lo fue también la librería del CALL, regentada por el bibliógrafo y editor Lleonard Muntaner. O la librería RIPOLL de libros antiguos en la calle de Sant Miquel, ejemplo de gusto y exquisitez”.

Tampoco queremos olvidar la librería QUATRE ULLS en la plaza Santa Eulàlia, la preferida de los estudiantes de izquierdas.

 

Revisat per

Bàrbara Galmés

Licenciada en filología hispánica y profesora de enseñanza secundaria en el IES Son Rullan, del que ha sido directora. Ha sido diputada del Grupo socialista en el Parlament de les Illes Balears y durante el Pacte de Progrés de 1999 fue jefa de servicio de la Dirección General de Comunicación del Govern Balear. El año 2007 fue nombrada por el president del Govern de les Illes Balears, Francesc Antich, consellera de Educación y Cultura del ejecutivo balear.

Fonts consultades:

Referencias bibliográficas

Arnau i Segarra, Pilar: “La aportación de Papeles de Son Armadans a la difusión de la literatura catalana en plena dictadura” en Riera,C y Payeras,M: 1959: de Colliure a Formentor. Visor Libros, 2009.

Llop, José Carlos. En la Ciudad submergida. RBA, 2010

Moll, Francesc de Borja. Els altres quaranta anys. 1935-1974. Editorial Moll. 1975

Pomar, Jaume. La raó i el meu dret. Biografia de Llorenç Villalonga. Editorial Moll 1995.

 

Referencias en páginas web

Papeles de Son Armadams. http://www.papelesdesonarmadans.com/Revista.htm

Premis Ciutat de Palma. https://es.wikipedia.org/wiki/Premios_literarios_Ciudad_de_Palma

Obra Cultural Balear. http://www.ocb.cat/seccio.php?sec=2

Tertulia del Riskal al Museu Llorenç Villalonga. https://www.ultimahora.es/noticias/cultura/2015/03/20/147388/casa-museu-lloren-villalonga-abre-siglo-xxi-renovacion.html

Fundació Camilo José Cela. https://fundacioncela.gal/

Llibreries i llibreters. http://www.llibretersmallorca.cat/noticia/lectura-del-preg%C3%B3-xxvii-setmana-del-llibre-en-catal%C3%A0

 

Imagen de cabecera. Camilo José Cela, Joan Miró i la Chunga. Font: Fons Rul·lan.