Quiero ser una mala hierba

Quiero ser una mala hierba

Quiero ser una mala hierba

Il·lustració: Toni Salvà.

“El ser humano sabe hacer de los obstáculos nuevos caminos porque a la vida le basta el espacio de una grieta para renacer”. Como una tabla para náufragos, las palabras de Ernesto Sábato acuden a mí para rescatarme y a ella apelo en una semana que nos desayunamos un crucero en la bahía, altanero, bello también pero, por encima de todo, amenazante. No, no quiero dedicarle más líneas. Hoy no soy, ya no, la periodista que redactó reportajes de estúpidas ‘Operaciones Nube’, así las llama la Policía cuando el mal tiempo hace que los turistas abandonen piscinas, playas y otros arrimaderos de vacaciones para invadir el centro de las ciudades. No, hoy quiero ser una mala hierba.

“Si dejáramos libres a las hierbas espontáneas que surgen en las aceras, la ciudad se convertiría en el bosque que potencialmente debería ser”, dice el profesor de Botánica Ramón Gómez en un artículo de Alfonso Pérez-Ventana, estimulante y esclarecedor.

Lo cierto es que no sé porqué razón esas florecillas, los hierbajos, las matas que surgen en los empedrados, entre las juntas del pavimento de las ciudades, en los tejados de algunas casas viejas de  la periferia me atraen como un Turner o un Cézanne. Aventuro que si me dan a elegir dimensiones, escalas, sitúo mis querencias hacia lo pequeño, lo humilde, lo austero. 

Resulta que esas plantas fuera de control son fértiles en esperanza. De su libertad podemos hacer despensa. Gilles Clément, otro botánico, autor del Manifiesto del Tercer Paisaje, propugna no desbrozar esos hierbajos de cunetas al menos hasta que hayan concluido su ciclo. Su existencia invita a los insectos polinizadores y en el ciclo de la vida, estos bichillos serán el alimento de las aves y los pequeños reptiles. Todo ese microcosmos a tus pies, y tu ignorándolo, despreciándolo, incluso pisotéandolo.

¡Somos ignorantes pero somos ignorantes con derecho a la enmienda, por eso me declaro mala hierba!, porque como apunta el botánico Gómez, “debemos respetar a esos pequeños ciudadanos que son las hierbas porque no solo el hombre habita la ciudad”. Y yo añado, que no solo la ciudad debe ser hospitalaria de lo macro como esos cruceros que ensucian mi mirada, o de los números grandes que sirven de argumento a codicias camufladas en bienestar y supervivencia. 

En esta Ciudad Cuántica se recuerda la belleza de lo ínfimo, de lo que no vemos, y en esa invisibilidad se perfilan los paisajes residuales, los que se dibujan sin plan, los que surgen en las cunetas, en los alcorques, los que aún existen entre la intersección del campo que fuimos para convertirnos en una polis que está olvidándose de su origen. Seguirán brotando amapolas silvestres, malvas, cebadillas, hierbas, alcaparras, qué belleza verlas en la muralla, a los pies de la catedral, esa que mirarán en breve los cientos, los miles de turistas que ya están aquí para darse sus merecidas vacaciones. Sé que me pisarán porque soy una mala hierba pero no olvido “que a la vida la basta el espacio de una grieta para renacer”. Gracias Ernesto Sábato, una vez más. Aquí, desde el desconchón de la vieja pared, se te recuerda.

P.S. Mi amiga Alícia me presta un bello libro, La ciutat comestible, la natura ha decidit tornar a la Ciutat, una iniciativa de la periodista catalana Pilar Sampietro que de madrugada, al salir de la radio donde trabajaba, descubrió a su padre removiendo la tierra de los árboles recién plantados. Hijo de un pastor de ovejas, dejó el campo para hacerse sastre en la ciudad, solo que la infancia no es territorio que se abandone así como así y como el personaje de Jean Giano, él también planta árboles, o los cuida. Su hija ha sembrado este libro, esta simiente, junto a Ignacio Somovilla, Jabier Herreros y Jorge Bayo que es otro mala hierba, llena de esperanza para todos. Gracias.

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