Por si nos confinan, paseo y leo

Por si nos confinan, paseo y leo

Por si nos confinan, paseo y leo

Il.lustració: Toni Salvà.

Tengo una amiga de Bergen que ama los libros, el sol, pasear y los cafés desde donde mira y lee. Habitual de unas pocas zonas de la ciudad, siempre el centro, en ese sentido es una mujer de costumbres, ha regresado a Palma, donde vive de manera intermitente. Ha pasado el largo confinamiento en Noruega. Me interesa saber cómo ve ahora Palma tras meses de estar lejos. Me cuenta que ha decidido alterar su recorrido habitual y avanzar unos kilómetros. Le han llevado hasta Bendinat. Se salió del cuadro, pienso. Reflexiona en voz alta: “Quiero conocer mejor Palma, así que me detengo en lugares que nunca había estado”. ‘Aprovecha antes de que nos vuelvan a confinar’, le respondo. “¿Tú crees?”

Podría ser que nos regresaran al interior de las casas, con menos restricciones, colegios abiertos por ejemplo, pero de nuevo confinados. Los datos no son alentadores. Decido como mi amiga que voy a echarle un cable a la ciudad y me sumerjo en la melancolía de una mañana gris, preciosa, en la que algunos botes perfilan una bahía limpia de cruceros. Atisbo los movimientos de los pescadores. ¿Qué clase de peces pican a tan escasos metros de la orilla urbana? Probablemente alguna llisa despistada.

Me sacude el aleteo de un pensamiento: un gigante de barro con cara de calabaza amenaza el mundo pero ha sido un agente infeccioso microscópico quien nos ha puesto en jaque a todos. El grandullón puede acabar de rematarnos. Eso añade temor, pero es ese diminuto veneno el que nos está cambiando todo.  Los algoritmos que han determinado el ser de las máquinas donde nos creemos libres como pájaros nada pueden ante el poder de un gesto mínimo, como echar un papel en una urna y cambiar el mundo. Un virus se instaló en un animal que acabó en un mercado y se internó en el cuerpo de un ser humano hasta acabar adueñándose del Planeta.

Con la sospecha de un nuevo encierro forzoso, deambulo por una ciudad en traspaso que trata de afrontar el día a día como puede hasta que desemboco en una librería. Paseo golosos los ojos por las cubiertas de los libros, por los títulos y autores, con ganas de leerlo casi todo y siempre pensando que no tengo suficiente vida para tantos. Me aguarda por esperada Irene Vallejo y su ensayo El infinito en un junco, un título que me parece una declaración de amor en mi ciudad cuántica, y que esta semana en que todo parece ser Estados Unidos, ha sido premiada con el Nacional de Ensayo. 

Igual que mi amiga busca nuevos itinerarios en su vagabundeo por Palma, yo quiero hacerme junco y seguir navegando por la ciudad que amé, y que estoy segura voy a encontrar entre libros como éste en las librerías que quiero. Solo espero que si nos encierran, ocurra como en Asturias, que las dejen abrir. Los libros son bienes de primera necesidad. Como el pescado que cela el pescador de esta mañana de acero.

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