El mundo envejece, cuidémoslo

El mundo envejece, cuidémoslo

El mundo envejece, cuidémoslo

Il·lustració: Toni Salvà.

Salgo del cine -siento cierta normalidad al hacerlo- y miro a mi alrededor. Son las seis de la tarde, aún hay luz. Hay gente en s’Escorxador, algunos entran al Cineciutat. Acabo de ver Falling, el estreno como director de Viggo Mortensen, una película calambre. Estoy conmovida y sacudida. Busco a mi alrededor personas mayores, en realidad me busco a mí cuando sea una futura anciana.

Hace años, mi madre me dijo que me tiñera las canas que empezaban a asomar en mi cabello. Recuerdo que la miré y pensé: ‘El tiempo me corre por dentro’. Le hice caso y me las pinté. Hace dos años que dejé de hacerlo. Me liberé. Algo de ese afán de libertad hay en Falling, en el incómodo personaje del patriarca, en todos los gestos de los ancianos que se resisten a ser tratados como niños. Muchos de ellos, tristemente, a la desesperada. 

Llego a casa y busco el ensayo La vejez, de Simone de Beauvoir. “En el futuro que nos aguarda está en cuestión el sentido de nuestra vida; no sabemos quiénes somos si ignoramos lo que seremos; reconozcámonos en ese viejo, en esa vieja”. Miremos a nuestros padres, estamos en ellos como estamos en las mujeres y hombres mayores que un día seremos con un poco de suerte. 

Me pregunto si esta ciudad que habito facilita las cosas a los adultos, y aunque sé que Palma está integrada en la Red Mundial de Ciudades y Comunidades Amigables con las Personas Mayores, no creo que se lo ponga tan fácil a uno de los grupos de población más numerosos. Sin olvidar que la vejez aborda una cuestión de género puesto que son las mujeres las que alcanzan una mayor esperanza de vida. ¿En qué condiciones? La OMS habló de aplicar perspectiva de genero justamente en este año, en el que se iba a abordar el tema del envejecimiento saludable y activo. Precisamente este 2020 en que un virus ha evidenciado el descontrol y el mal trato a los mayores. 

No, no es una ciudad, ni una comunidad, ni un país para viejos. El mundo de hoy envejece pero no cuida bien a sus mayores. Los mira como seres pretéritos. ¿Cómo nos miran ellos? La primera vez que vi a mi madre con la mascarilla puesta tuve que reprimir mis lágrimas. Su mirada me interrogaba, qué es esto, y a la vez, se reía de verme a mí enmascarada. ¡Estáis locos!, decía. Sale poco a la calle, pero cuando lo hace, se amolda y se pone la tela protectora. “Hay que protegerse y proteger a los demás”, me dice. 

¿Qué hacemos nosotros para protegerlos en una ciudad hambrienta de bancos públicos, donde ir al lavabo es una odisea, a menos que con tu mermada pensión te pares en un bar para poder ir a aliviarte? ¿Qué clase de ciudad se llama amigable cuando en algunos barrios siguen habiendo aceras estrechas que no permiten el paso de los más vulnerables con esos tacatás a cuestas? ¿Qué sociedad hemos creado que se impacienta con la lentitud de gestos de los ancianos? 

Estrenamos límite de velocidad en Palma, bien, muy bien, ya era hora de que los coches templasen su acelerador, ahora queda que otros vehículos ralenticen sus prisas y favorecer así que todos, pero sobre todo los más vulnerables, puedan pasear con tranquilidad, en una ciudad con más calles peatonales. 

El mundo envejece, cuidémoslo. 

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